sábado, 27 de noviembre de 2010

TAITA BOVES DE BODEGUERO POCO ILUSTRE A LIDER ABSOLUTO

En los cines de géneros, más bien escasos en nuestra cinematografía nacional, el histórico ha comenzado por tener una particular presencia de un tiempo a esta parte. Coincidencialmente con el interés oficial por resaltar la figura de héroes y heroínas de nuestra gesta independentista, los cineastas venezolanos Diego Rísquez, Luis Alberto Lamata y Román Chalbaud han dirigido en fecha reciente las películas Francisco de Miranda (2006), Miranda regresa (2007) y Zamora, tierra y hombres libres (2009) respectivamente. Rísquez y Lamata habían indagado en el género en ocasiones de la cuarta república con más o menos fortuna. Rísquez con la trilogía Bolívar, sinfonía tropical (1980), Orinoko, nuevo mundo (1984) y Amérika, terra incógnita (1989) y Lamata con Jericó (1990) y Desnudo con naranjas (1993). Por su parte Román Chalbaud, debuta con la millonaria producción  Zamora, tierra de hombres libres, un filme confuso sobre un personaje de indudable importancia y significación en nuestro pasado histórico. También de pésimos resultados, resultaron los biopic que tanto Rísquez como Lamata hicieron del generalísimo Francisco de Miranda.
Por ahora, arriba a la cartelera Taita Boves  (2010) de Luis Alberto Lamata,  que si bien se alza con los premios del festival de Mérida no despierta mayores emociones en el funcionarato de la Villa del Cine. Contrariamente al precursor de la identidad patria Francisco de Miranda, encargado a Lamata de la propia villa para abrir brechas en esta temática del cine nacional, el apodado << taita >>  José Tomás Boves se erige en una inspiración más personal bajo el influjo de la novela histórica. Un personaje desalmado y sanguinario convertido en  caudillo en el transcurso de la guerra durante la segunda república, aspecto no poco importante y no menos difícil de considerar para los propósitos oficiales de instituir una mitología patriótica de cara al socialismo bolivariano del siglo XXI.
La película, de libre inspiración en la novela Boves el urogallo de Francisco Herrera Luque, obra emblemática de la literatura venezolana,  propone un arquetipo de leyenda del guerrero temible en contra del carácter clasista y discriminatorio de los mantuanos que negaban el desarrollo de castas o razas en la formación de la república que no fueran blancos hidalgos y, que como Herrera Luque, Luis Alberto Lamata intenta comprender, por comprender qué hizo posible que este Boves se convirtiera en un caudillo popular. Sin embargo, la pregunta es si Lamata muere en el intento con una película desmesurada en la manufactura de un producto – espectáculo que no logra salvar las carencias de representación creíble en el contexto de una época histórica, muy especialmente, aquellos que debían servir de sostén al esfuerzo  protagónico de Juvel Vielma en su papel  de  José Tomás Boves; en descargo, hay actuaciones muy solventes y una producción de indudable factura. No obstante, las claves de lectura en el filme de Lamata apuntan más bien al recurso narrativo de las versiones encontradas sobre la muerte de Boves y al  uso del color des-saturado en cuanto el personaje del bodeguero asturiano poco ilustre se desplaza a  su coronación y muerte como líder absoluto de los desposeídos.
Enfocada en el rencor y la venganza de un déspota cruel, alimentador de odios, la película se abre a muchas interrogantes sobre el país pasado y presente. Por lo pronto, el miércoles 17 de noviembre podemos compartir y ventilar inquietudes,  mirándola en el foro que en el marco de la programación aniversario nos invita el Ateneo de Trujillo.

Miguel Viloria
TAITA BOVES, Venezuela, 2010. Dirección y guión: Luis Alberto Lamata. Producción: CNAC, PDVSA, La Estancia, Fundación La Villa del Cine y Jericó Films. Directora de producción: Luisa de la Ville. Fotografía: Alejandro García Wiederman. Montaje: Jonathan Pellicer. Música: Francisco Cabrujas. Dirección de arte: Ernesto González. Elenco: Juvel Vielma, Daniela Alvarado, Luis Abreu, Alberto Alifa, Dimas González, Antonio Delli, Marcos Moreno, Gledys Ibarra, Lourdes Valera, Carmen Julia Álvarez, entre muchos otros.


LA HORA CERO EN LOS LABERINTOS DE LA VIOLENCIA

En tiempos de cuarta república, segundo gobierno de Rafael Caldera, dos hechos ocuparon las primeras planas y los noticieros estelares de los medios de comunicación: una huelga de médicos del sistema público de salud por reivindicaciones salariales y el atraco al Urológico San Román con rehenes, delincuentes muertos y policías heridos. Ahora, recién vimos el estreno en Valera de la película del cineasta venezolano Diego Velasco, La hora cero (2010), que cuenta durante la huelga de médicos del 96 la historia de un secuestro al personal de una clínica privada por un delincuente apodado << La Parca >> – interpretado por el artista de hip hop,  Zapata 666 – y su banda para salvar la vida de una chica herida de bala en una operación de sicariato. Velasco conduce su historia por los trágicos laberintos de la violencia, cuya representación ha significado una constante en las preferencias temáticas de los cineastas venezolanos.
Ciertamente, nuestra tradición revela una indagación predominante en las situaciones de violencia que producen personajes ubicados al margen de las valores culturales, sociales y políticos de la sociedad venezolana, náufragos  de la marea humana en cuya identificación es posible reconocer el carácter determinante de la violencia.  Deseo (o decisión) de hacer cine por dinamizar una comprensión del fenómeno en los acontecimientos y la cotidianidad del venezolano, que compromete los modos de representación, las urgencias creativas y las posturas ideológicas tanto por la tradición como por la contemporaneidad. En el caso de la tradición, que ubicamos arbitrariamente en el cine de los setenta, este proceso, cuya producción de ficciones comenzó a presentar ciertas preferencias y afinidades temáticas, la crítica local suele asimilarlo al producto de un modelo autoral coherente, construyendo una identidad estable como si se tratara de  una suerte de movimiento nacional que esa misma critica nombró como el Nuevo Cine Venezolano. No obstante, mi hipótesis apunta en la perspectiva de que la experiencia autoral (de director-productor) que se inicia con ese llamado boom del cine venezolano, constituye una figura en crisis mediatizada por el objetivo de conquistar los públicos espectadores y presionada por la necesidad de reconducir los criterios narrativos y la búsqueda de otras formas expresivas. Sin embargo, abundante agua ha corrido por debajo de los puentes hasta  el estreno de esta ópera prima de Velasco; en cualquier caso, una dinámica histórica, desarrolla procesos de permanencia, sustituciones y transformaciones de los paradigmas y anima  innovaciones y rupturas.
No obstante, La hora cero, adquiere características muy distintas al cine de los setenta. Con acentuado uso de la acción que roza situaciones de inverosimilitud e ironía,  Velasco, rechaza cualquier pretensión de hacer sociología con el tema de la pobreza. Construida con recortes de la televisión, el humor de la radio rochela y  algunas salidas en clave de parodia, Velasco bebe indistintamente del cine independiente como del cine hollywoodense puro y duro. Bajo los presupuestos de la industria, con salvación de último minuto y merecido castigo y mofa de los malos, acción trepidante como nunca jamás en el cine venezolano – por primera vez una producción nuestra contrata los servicios profesionales de una empresa calificada en la filmación de escenas de alto riesgo para cine y TV –, chistes fáciles y algunos tópicos en procura de matizar el ritmo agotador y vibrante, Velasco construye y subraya en su film las características del cine de acción como género,  al que aporta elementos con los  que redunda en los tópicos o por el contrario los subvierte, pero aún más interesante, muestra  conductas desmedidas, actitudes de supervivencia y relaciones de liderazgo que problematizan la lectura del antihéroe. Muestra el drama de La Parca en la perspectiva de una tragedia personal. Dos aspecto son destacables: uno, que constituye una de sus fortalezas, la presencia de  actores no profesionales representándose a sí mismos con formas características del malandro local excelentemente interpretado y, otro, que para mis pareceres constituye una debilidad,  el tratamiento simplista que reduce a la caricatura el papel del reportero, anulando la observación crítica del rol de los medios en la  comunicación de la información.
Finalmente con una pieza prima,  coherente al uso del género como opción para pactar con el público su recepción, Velasco se ha dado con mucho en una temática de recurrencia. Su  lente reúne una doble mirada que muestra al interior de la clínica para exponer una situación de violencia extrema, terrible y absolutamente deshumanizada y hacia afuera, del lado de los funcionarios civiles  y policiales, donde el crimen subyace a la sombra del poder.  Ambos, fenómenos de una misma pesadilla, mucho más acá de la coincidencia con los tiempos y los hechos referenciados (y documentados) que quise comentarles al principio de esta nota.
LA HORA CERO, Venezuela, 2010. Dirección: Diego Velasco. Guión: Diego Velasco y Carolina Paiz. Producción: Carolina Paiz y Rodolfo Cova.. Fotografía: Luis Otero Prada. Elenco: Zapata 666, Amanda Key, Laureano Olivarez, Erich Wildpret, Marisa Román, Albi de Abreu, Alejandro Furth, Steve Wilcox, Rolando Padilla, Beatriz Vázquez y Ana María Simon.